octubre 04, 2008

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Presentación del libro Asomos, de Diego Álamos
(Christian Anwandter
Santiago, 2 de septiembre del 2008)

En el epígrafe del libro Asomos, de Diego Álamos, encontramos una cita del Evangelio de San Mateo. Tras curar a un leproso, Jesús se ve rodeado de discípulos dispuestos a seguirle. Entre éstos, aparece un escriba que le confía su disposición a seguirlo adonde sea. La respuesta de Jesús es desconcertante: “Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8, 19-20). Por extraño que parezca, Jesús disuade al escriba sobre la esperanza de encontrar un refugio.

Es curioso que esta cita sirva de epígrafe a un libro de poemas. La aproximación entre la figura del escriba y el poeta es inusual en un país acostumbrado a las ambiciones universales de la poesía. Recordemos tan sólo el “pequeño dios” de Huidobro y los cantos continentales de Neruda. Más modesta, la figura del escriba remite a una labor eminentemente religiosa, de estricto apego a una tradición textual que se intenta reproducir.

Al situar la poesía como heredera de un escriba desconcertado por la escurridiza divinidad a la que quiere seguir, Diego Álamos plantea una escritura despojada de su supuesto sentido original. La poesía seguiría practicando el trabajo de los antiguos copistas, pero ya no existiría un vínculo de subordinación a lo divino que legitime este mismo acto. De la misma manera, ya no se trataría de “copiar” un texto canónico para su preservación, sino de sacar a luz – hacer que se asome al lector – una realidad inabarcable.

Por eso, no sorprende que el primer poema del libro se llame “Modus Operandi”, un instructivo que define el para qué de la escritura:

De esta manera, se aclaran las cosas
envueltas en la obtusa musaraña
del mediodía. De esta otra, se tuercen
las que –fiadas a su atado de nervios-
indicaban ser en exceso torcidas.

Del siguiente modo, divinidades absueltas,
Se comprenden los mensajes traídos
En el viento. Pero de este otro,
Se pasan por alto los límites naturales,
En especial, los oscuros e informes.

En este poema, es el poeta-escriba quien se manifiesta. Distante de nuestros actuales “Manuales de Uso”, el modus operandi que introduce al resto de los poemas del libro tiene un corte bastante metafísico. Lo curioso en este caso es que la escritura ES el ejemplo de un ejercicio cuya aparente obviedad hace innecesario explicitarlo. (Me explico: pensemos en las instrucciones para armar un mueble: cada gesto es descrito paso a paso, y el resultado es “ilustrado” mediante un dibujo que representa el aspecto final de las piezas ya ensambladas). Aquí, cada frase sólo expone el resultado de la acción ejecutada. El conjunto, en tanto, ya está ensamblado a pesar de que no distingamos las distintas partes ni cómo se llegó a ese resultado.
La escritura poética – pues de eso se trata en Asomos – surge como un método para aclarar lo que está confuso e identificar lo irremediablemente oscuro. Si bien al escribir es posible comprender mejor los pliegues de la realidad, se corre el riesgo, según el autor, de sobrepasar los límites humanos. Por eso, la poesía es una actividad en la que es tan fácil perderse como encontrarse. El único elemento que permanece constante es el espacio sin remedio del lenguaje.

Borges, en “El Aleph”, ironiza sobre la ambición totalizadora de algunos poetas. El hecho de querer “hacer aparecer” la realidad en un poema, no implica necesariamente describirla de manera exhaustiva. El ficticio Carlos Argentino Daneri, de hecho, “se proponía versificar toda la redondez del planeta”, aburriendo a sus lectores a los pocos kilómetros del recorrido.

Los 33 asomos que componen este libro – sugerente número –, se caracterizan, en cambio, por su brevedad. La brevedad parece responder a dos preocupaciones no menores. Por una parte, está la “parriana” desconfianza en el lenguaje escrito. A lo largo del libro, abundan las muestras de cierto temor a “falsear” lo que se quiere decir. Mientras más palabras se utilizan, mayor el riesgo de falsearlo todo.

Por otra parte, la brevedad es el resultado de una condensación lingüística que le da una mayor densidad a la expresión, haciendo de cada imagen una verdadera granada de significados. El minimalismo naturalista de muchos poemas se acompaña, también, de la desaparición del observador. La transparencia que el poeta intenta transmitir al lector lo lleva a bajarse del escenario. Solo mediante este gesto de retraimiento – retraimiento parcial, claro, pues quien dispone las piezas en el tablero es el autor – el poema logra entregar trazos vívidos de la realidad. Un buen ejemplo de esto se encuentra en el poema llamado “Marejada”.

El resultado de las operaciones del poeta-escriba no son, a sus ojos, plenamente satisfactorias. Algo falta. Algo falla. Siendo la escritura el testimonio del abandono del hombre sobre la tierra, obtiene el amargo consuelo de constatar la imposibilidad de dar cuenta de la realidad y de las limitaciones de nuestra voluntad. Si bien todo pareciera sugerirle que hay algo trascendente que le imprime a todas las cosas una vitalidad misteriosa, el escepticismo le previene de la ingenuidad de concluir que la escritura es una herramienta de salvación individual.
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El ofuscamiento que produce esta constatación le abre las puertas a la ironía. Sucede algo así como si un escriba le jugara una mala pasada a su protector, alterando a conciencia lo que copia, riéndose de la imposibilidad de su tarea. El para qué de la escritura pierde claridad, y surge una risa helada, capaz de mostrarnos una realidad banal y terrible a la vez. El último poema, “Postre” es prueba de esta extraña combinación de elementos:

El hijo de Berta
partía
a comprar una sandía,
mientras todos almorzaban
a la sombra
de la casa.
El hijo de Berta
volvía
de comprar una sandía,
mientras todos almorzaban
a la sombra
de la casa.

Solo el espacio vacío que surge entre las palabras permite vislumbrar el misterio presente en la banalidad.

En definitiva, Asomos es obra de un poeta-escriba que, con modestia y pillería, oscila entre una representación casi pictórica del entorno y la frustrada búsqueda lírica de respuestas a interrogantes tanto lógicas como espirituales. Si bien cada uno de los poemas del libro son “transcripciones” imposibles de lo real, emergen verdaderos intersticios a través de los cuales puede vislumbrarse lo que se asoma por sobre todo desconcierto y toda risa. ¿De qué se trata? Los invito a leer Asomos, de Diego Álamos.
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Año 2008, 85 páginas, Edición de 300 ejemplares, $5.000