septiembre 11, 2009

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A partir de “A partir de y no también” de Vicente Cociña

Para matarme y no morir en el intento, tendré que implorar a los dioses un instante de atención (p. 13)… implorar día tras dría, cita por cita, como un gesto (en contorsión y apariencia) irreconciliable entre literatura y decir, que para el autor equivalen muerte y demencia.
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Así Vicente Cociña ordena su primera publicación: en la cosa del síntoma pronosticado, la cita -- recuerdo de lectura en su parte más muerta que viva -- y en el acto de padecer y ejercitar la tristeza desbordada, que en la poesía podría resultar tan obvia, pero que el autor intensifica saturando cada objeto de su vida, que es su calle, que es el sexo, que es su pieza, creando así una locura literaria que, como el mismo hecho de citar, es tan repetitivo y agotador como lúcido y personal. La locura/lectura pasa a ser un descuidado; irresponsabilidad y soledad pura, vivida, no simbólica, imposible de adiestrar, formando en este ejercicio un sujeto condensado y atrapado por su negrura, su masculinidad, su exigencia de lector activo y el sobre/exceso de mundo privado.
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Rara vez se tranquiliza. Cuando lo logra es capaz de esbozar ideas y razones para lo que está haciendo: reordenar lo recientemente ordenado, limpiar lo recientemente limpiado, rehacer lo recientemente hecho: todo es distinto, todo es hermoso. (p. 28) Pero como en este libro no hay “dualidades” sino tan sólo única y reluciente “bipolaridad”, la idea se desvanece en el padecimiento de lo hermoso y la escritura deja de tener “proyecto”; el escribir es tan sólo dar cuenta de, inclusive, vivir en el engaño de la construcción de lo bello, el arte, en el cual hasta los militares son hermosos y la belleza se equipara con el frío de los pies.
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Me pregunto: con todo este desencanto, la dramática exaltación del yo, el homoerotismo encolerizado, con esta oda a la auto-destrucción tan llena de huachismo y cotidianidad ¿es el texto una vuelta de tuerca, un ejercicio, ante el neo-romanticismo poético literario? ¿lo que viene cuando decanta lo maldito? ¿O será esto un recordatorio del vagabundeo inclasificable, otra renuncia a partir del abuso de categorías, como una moca del quehacer intelectual que se trata de ordenar y validar a partir de la cita, pero que termina en la desolación abusiva, el padre y cría devorándose a si mismo en el encierro de su pieza? Sí. Y no. Esa es la característica más importante del desapego estructural, es posible --- parto y estoy, como también me abandono, como nunca estoy; el azar de la posibilidad; terco, perverso, desde la mencionada condensación de lo subjetivo:
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Quiero ver mientras no veo, todo está atrás, siempre atrás, el mundo nació cuando nací, sólo soy sincero, esto entrará por tus ojos y creerás oírlo, (p. 42)
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Citas como ésta me remite a lo perverso, una sospecha --- que entre estas líneas no queda inocencia alguna; que aquí emerge una mitóloga criatura masculina que sabe engañar de la forma más dura: revelando el engaño y la manera en que éste se produce. “Yo, escritor/sujeto, soy el ciego, y tu, lector, como también le he sido, creerás en todos mis maltratos, porque soy sincero”… la enunciación de la sinceridad es la peor palabra dentro de las estructuras de la ficción. ¿De qué sinceridad estamos hablando? ¿ésta dentro o fuera del trato previo en el cual todo lo que leo es falso? ¿es para uno, físicamente, como lector o para la propuesta de sujeto/lector que se desenvuelve en citas y citas?
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Esta desconfianza me es vital para adentrarme al texto y descartarlo como un tributo religioso a los ídolos musicales y literarios dentro de una escena que se sabe burguesa y de la cual gratamente se burla. Es más, la intensifica y critica dentro de una suerte de ridiculización agresiva, como quien se presentase a una cita romántica para simular un suicidio frente a su nueva pareja. Esto tacha la cercana posibilidad de escribir por el goce de la escritura y de la lectura, la inspiración histórica o, peor aún, ser parte de ella como miembro de un colectivo normalizado por la gloria:

Lo retengo y luego lo expulso, lo que ocurre en sus putrefactos clérigos […] Se tropiezan constantemente con ellos mismos como todos nosotros, pero ellos tapan sus ojos y oídos para no enterarse de lo que ocurre: su incapacidad de aceptar al otro y, peor aun y aunque es lo mismo, a ellos mismos en su ser más profundo. (p.173)

Al parecer, aquí, no es el escritor el maldito sino los autores y sus mundos que forzosamente le cruzan. El resultado es ira y venganza.
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De este des/contenido ateismo político necesité aferrarme para atravesar las más de doscientas páginas del libro, aunque, siempre ésta la posibilidad de que la violencia y el sarcasmo no estén dirigidas al escritor mítico pero al lector como tal, lo cual resulta nuevamente en una auto-agresión ya que el sujeto no logra abortar ambos sitios que se sobrecogen ya más que afanosamente en esta peculiar Electra.
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Estoy de acuerdo con Patricia Espinosa al decir, el año 2007, que “el primer libro es un acto mítico fatal e irredimible”
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ya que la inscripción misma es una pugna, un desacierto. Sin embargo, la espera por el desenlace de éste libro cuenta con un factor que, particularmente, en este caso, no es menor. Vicente es un dedicado artista visual, proceso del cual también he sido testigo. A excepción de ciertas series, trabaja a partir de capas y conjunciones temporales, interviniendo el mismo cuerpo repetidas veces. Me atrevo a decir que con “A partir de y no también”, Vicente, aunque no lo quiera, le agrega otra capa al todo de ese proyecto, mas que comenzar con algo independiente dentro del campo de la literatura, el cual no es una capa, es tan sólo la tensión de un hilo en su carrete. Parte de él mismo y pese al evidenciable otro lector/escritor, no hay forma en que esto se ciña a él como un creador de materialidades que no se quiere ni saber ni asumir escritor joven. Así se mata al padre, se tachan los intertextos, continúa desolado y muy claro, y no se deja manipular más que por su propio mundo de vagabundo desconforme. Sí y no. Sí y no. El todo es siempre frágilmente probable.
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Gabriel Nicolás Larenas Rosa
Santiago, Octubre 2009
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1 Espinosa, Patricia. Mutación y registro de Maori Pérez. En
http://www.letras.s5.com/pe201207.html
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260 páginas, 200 ejemplares, año 2009, $7.000

septiembre 01, 2009

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Bloque entrecomillado


Alejandra Mancilla Drpic: El oso y la ardilla
Santiago, Luciérnaga Ediciones, 2009

Dentro del creciente catálogo de Luciérnaga Ediciones, El oso y la ardilla constituye una sorpresa. Se trata de un breve relato a modo de fábula centrado en las relaciones entre una ardilla y un oso. Es un relato para niños, pero al mismo tiempo un cuento alegórico en torno al valor de la amistad que puede hacerlo interesante y placentero para un público variado. Justamente, la ventaja de los relatos infantiles es su capacidad para adoptar el género llevándolo rápidamente a mutar en una historia sorpresiva.


El tomo es pequeño. Como en todos las publicaciones de Luciérnaga, la encuadernación cocida a mano realza el libro como objeto. La impresión tiene un gusto casero, como un juguete. Algo similar sucede con las ilustraciones. Toda su materialidad recuerda las viejas máquinas de escribir y los primeros años de la ilustración en computador. No puedo dejar de pensar en el trazado abrupto y azaroso de la tortuga del programa Logo.

El relato reposa en una fascinación por el musgoso mundo de un bosque ajeno a la mano fabril del hombre (santuario vegetal). Un bosque europeo o norteamericano, con inviernos nevados y osos que hibernan. Es una imagen propia de un espacio lejano de nuestra realidad, que al mismo tiempo recibimos a través de siglos de relatos folklóricos e infantiles. Por ello, la narración usa fórmulas consagradas, como el anacrónico “Érase...” o las referencias a las costumbres de los animales según las estaciones (“En el verano...”).

Así, más que exóticos, los elementos del hemisferio norte resultan simbólicos. El oso responde a sus características arquetípicas: sopor y gula, fuerza bruta y sonrisa bonachona. La ardilla, por su parte, es frágil e irresponsablemente curiosa, “con esa valentía que otorga la ignorancia”. Estos personajes ya los conocemos. Los relatos folklóricos o infantiles son variantes. En El oso y la ardilla la variación –la exigencia de originalidad es propia de la modernidad y no me parece ser necesaria en este caso– corresponde al hecho de conjugar los arquetipos precisos que representan estos animales. Dentro de la tradición, y justamente como consecuencia de la personalidad que se les atribuye, los dos protagonistas tienen trazos humanos. El relato echa mano de ciertas imágenes humanizadas con el elemento fantástico que la hace posible y la mantiene en el universo de las materias naturales: la ardilla acarrea una “mochila de resistente tela de araña”, duerme con una frazada hecha de plumas y hornea galletas de miel y nueces. A la imaginación humana le ha gustado reconocerse en los otros animales, sobre todo los mamíferos, dotados ellos también de miembros simétricos. Los animales se vuelven un reflejo externo y caricatural de ciertas actitudes.

A decir verdad, esta historia es humana sobre todo porque se desarrolla impregnada de ternura. Así, el breve relato se cierra con un regalo recíproco. Como nos los enseñó Saint-Exupéry por boca de un zorro, dos seres que se ven a diario y crean vínculos aprenden a distinguirse en la multitud y a quererse con sus anhelos propios. De a dos la vida es mejor, nos susurra entre líneas la autora.

(J.P. Fante)

Año 2009, 26 páginas, Edición de 200 ejemplares, $3.000