septiembre 11, 2009

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A partir de “A partir de y no también” de Vicente Cociña

Para matarme y no morir en el intento, tendré que implorar a los dioses un instante de atención (p. 13)… implorar día tras dría, cita por cita, como un gesto (en contorsión y apariencia) irreconciliable entre literatura y decir, que para el autor equivalen muerte y demencia.
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Así Vicente Cociña ordena su primera publicación: en la cosa del síntoma pronosticado, la cita -- recuerdo de lectura en su parte más muerta que viva -- y en el acto de padecer y ejercitar la tristeza desbordada, que en la poesía podría resultar tan obvia, pero que el autor intensifica saturando cada objeto de su vida, que es su calle, que es el sexo, que es su pieza, creando así una locura literaria que, como el mismo hecho de citar, es tan repetitivo y agotador como lúcido y personal. La locura/lectura pasa a ser un descuidado; irresponsabilidad y soledad pura, vivida, no simbólica, imposible de adiestrar, formando en este ejercicio un sujeto condensado y atrapado por su negrura, su masculinidad, su exigencia de lector activo y el sobre/exceso de mundo privado.
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Rara vez se tranquiliza. Cuando lo logra es capaz de esbozar ideas y razones para lo que está haciendo: reordenar lo recientemente ordenado, limpiar lo recientemente limpiado, rehacer lo recientemente hecho: todo es distinto, todo es hermoso. (p. 28) Pero como en este libro no hay “dualidades” sino tan sólo única y reluciente “bipolaridad”, la idea se desvanece en el padecimiento de lo hermoso y la escritura deja de tener “proyecto”; el escribir es tan sólo dar cuenta de, inclusive, vivir en el engaño de la construcción de lo bello, el arte, en el cual hasta los militares son hermosos y la belleza se equipara con el frío de los pies.
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Me pregunto: con todo este desencanto, la dramática exaltación del yo, el homoerotismo encolerizado, con esta oda a la auto-destrucción tan llena de huachismo y cotidianidad ¿es el texto una vuelta de tuerca, un ejercicio, ante el neo-romanticismo poético literario? ¿lo que viene cuando decanta lo maldito? ¿O será esto un recordatorio del vagabundeo inclasificable, otra renuncia a partir del abuso de categorías, como una moca del quehacer intelectual que se trata de ordenar y validar a partir de la cita, pero que termina en la desolación abusiva, el padre y cría devorándose a si mismo en el encierro de su pieza? Sí. Y no. Esa es la característica más importante del desapego estructural, es posible --- parto y estoy, como también me abandono, como nunca estoy; el azar de la posibilidad; terco, perverso, desde la mencionada condensación de lo subjetivo:
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Quiero ver mientras no veo, todo está atrás, siempre atrás, el mundo nació cuando nací, sólo soy sincero, esto entrará por tus ojos y creerás oírlo, (p. 42)
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Citas como ésta me remite a lo perverso, una sospecha --- que entre estas líneas no queda inocencia alguna; que aquí emerge una mitóloga criatura masculina que sabe engañar de la forma más dura: revelando el engaño y la manera en que éste se produce. “Yo, escritor/sujeto, soy el ciego, y tu, lector, como también le he sido, creerás en todos mis maltratos, porque soy sincero”… la enunciación de la sinceridad es la peor palabra dentro de las estructuras de la ficción. ¿De qué sinceridad estamos hablando? ¿ésta dentro o fuera del trato previo en el cual todo lo que leo es falso? ¿es para uno, físicamente, como lector o para la propuesta de sujeto/lector que se desenvuelve en citas y citas?
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Esta desconfianza me es vital para adentrarme al texto y descartarlo como un tributo religioso a los ídolos musicales y literarios dentro de una escena que se sabe burguesa y de la cual gratamente se burla. Es más, la intensifica y critica dentro de una suerte de ridiculización agresiva, como quien se presentase a una cita romántica para simular un suicidio frente a su nueva pareja. Esto tacha la cercana posibilidad de escribir por el goce de la escritura y de la lectura, la inspiración histórica o, peor aún, ser parte de ella como miembro de un colectivo normalizado por la gloria:

Lo retengo y luego lo expulso, lo que ocurre en sus putrefactos clérigos […] Se tropiezan constantemente con ellos mismos como todos nosotros, pero ellos tapan sus ojos y oídos para no enterarse de lo que ocurre: su incapacidad de aceptar al otro y, peor aun y aunque es lo mismo, a ellos mismos en su ser más profundo. (p.173)

Al parecer, aquí, no es el escritor el maldito sino los autores y sus mundos que forzosamente le cruzan. El resultado es ira y venganza.
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De este des/contenido ateismo político necesité aferrarme para atravesar las más de doscientas páginas del libro, aunque, siempre ésta la posibilidad de que la violencia y el sarcasmo no estén dirigidas al escritor mítico pero al lector como tal, lo cual resulta nuevamente en una auto-agresión ya que el sujeto no logra abortar ambos sitios que se sobrecogen ya más que afanosamente en esta peculiar Electra.
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Estoy de acuerdo con Patricia Espinosa al decir, el año 2007, que “el primer libro es un acto mítico fatal e irredimible”
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ya que la inscripción misma es una pugna, un desacierto. Sin embargo, la espera por el desenlace de éste libro cuenta con un factor que, particularmente, en este caso, no es menor. Vicente es un dedicado artista visual, proceso del cual también he sido testigo. A excepción de ciertas series, trabaja a partir de capas y conjunciones temporales, interviniendo el mismo cuerpo repetidas veces. Me atrevo a decir que con “A partir de y no también”, Vicente, aunque no lo quiera, le agrega otra capa al todo de ese proyecto, mas que comenzar con algo independiente dentro del campo de la literatura, el cual no es una capa, es tan sólo la tensión de un hilo en su carrete. Parte de él mismo y pese al evidenciable otro lector/escritor, no hay forma en que esto se ciña a él como un creador de materialidades que no se quiere ni saber ni asumir escritor joven. Así se mata al padre, se tachan los intertextos, continúa desolado y muy claro, y no se deja manipular más que por su propio mundo de vagabundo desconforme. Sí y no. Sí y no. El todo es siempre frágilmente probable.
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Gabriel Nicolás Larenas Rosa
Santiago, Octubre 2009
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1 Espinosa, Patricia. Mutación y registro de Maori Pérez. En
http://www.letras.s5.com/pe201207.html
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260 páginas, 200 ejemplares, año 2009, $7.000

septiembre 01, 2009

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Bloque entrecomillado


Alejandra Mancilla Drpic: El oso y la ardilla
Santiago, Luciérnaga Ediciones, 2009

Dentro del creciente catálogo de Luciérnaga Ediciones, El oso y la ardilla constituye una sorpresa. Se trata de un breve relato a modo de fábula centrado en las relaciones entre una ardilla y un oso. Es un relato para niños, pero al mismo tiempo un cuento alegórico en torno al valor de la amistad que puede hacerlo interesante y placentero para un público variado. Justamente, la ventaja de los relatos infantiles es su capacidad para adoptar el género llevándolo rápidamente a mutar en una historia sorpresiva.


El tomo es pequeño. Como en todos las publicaciones de Luciérnaga, la encuadernación cocida a mano realza el libro como objeto. La impresión tiene un gusto casero, como un juguete. Algo similar sucede con las ilustraciones. Toda su materialidad recuerda las viejas máquinas de escribir y los primeros años de la ilustración en computador. No puedo dejar de pensar en el trazado abrupto y azaroso de la tortuga del programa Logo.

El relato reposa en una fascinación por el musgoso mundo de un bosque ajeno a la mano fabril del hombre (santuario vegetal). Un bosque europeo o norteamericano, con inviernos nevados y osos que hibernan. Es una imagen propia de un espacio lejano de nuestra realidad, que al mismo tiempo recibimos a través de siglos de relatos folklóricos e infantiles. Por ello, la narración usa fórmulas consagradas, como el anacrónico “Érase...” o las referencias a las costumbres de los animales según las estaciones (“En el verano...”).

Así, más que exóticos, los elementos del hemisferio norte resultan simbólicos. El oso responde a sus características arquetípicas: sopor y gula, fuerza bruta y sonrisa bonachona. La ardilla, por su parte, es frágil e irresponsablemente curiosa, “con esa valentía que otorga la ignorancia”. Estos personajes ya los conocemos. Los relatos folklóricos o infantiles son variantes. En El oso y la ardilla la variación –la exigencia de originalidad es propia de la modernidad y no me parece ser necesaria en este caso– corresponde al hecho de conjugar los arquetipos precisos que representan estos animales. Dentro de la tradición, y justamente como consecuencia de la personalidad que se les atribuye, los dos protagonistas tienen trazos humanos. El relato echa mano de ciertas imágenes humanizadas con el elemento fantástico que la hace posible y la mantiene en el universo de las materias naturales: la ardilla acarrea una “mochila de resistente tela de araña”, duerme con una frazada hecha de plumas y hornea galletas de miel y nueces. A la imaginación humana le ha gustado reconocerse en los otros animales, sobre todo los mamíferos, dotados ellos también de miembros simétricos. Los animales se vuelven un reflejo externo y caricatural de ciertas actitudes.

A decir verdad, esta historia es humana sobre todo porque se desarrolla impregnada de ternura. Así, el breve relato se cierra con un regalo recíproco. Como nos los enseñó Saint-Exupéry por boca de un zorro, dos seres que se ven a diario y crean vínculos aprenden a distinguirse en la multitud y a quererse con sus anhelos propios. De a dos la vida es mejor, nos susurra entre líneas la autora.

(J.P. Fante)

Año 2009, 26 páginas, Edición de 200 ejemplares, $3.000

agosto 27, 2009

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La fuerza de la memoria

Vivo la necesidad de este soliloquio,
Antes de diluirme como las aguas de un río
En la desembocadura de mi mar interior.
Los recuerdos son el refugio seguro
Para la tormenta que me sacude.

Amarrado al timón de esta nave del recuerdo
Aunque mi cuerpo permanezca inmóvil,
Salto en el oleaje de mis sueños
Como en los juegos de mi niñez lejana.

Cuando la fuerza del viento de mi mente amaina,
Las aguas se tornan desoladas.
Mi harapiento velamen se aletarga deteniendo mi marcha.
El tiempo se prolonga y languidece,
mis sueños se hacen leves, el sopor me embarga.

Al tornar el viento, mi mente se agita.
Se sacude y recrea mi energía.
Las velas de mi barca se hinchan venciendo la calma
y mi vieja nave se mueve graciosa
En la suave espuma de este mar ingrávido.






Fragmento de la presentación del libro por Tomás Browne Cruz


Año 2009, sin foliar, edición de 100 ejemplares, $ 3.000

julio 04, 2009

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Palabras de la presentación de Inicio de Partida.


(Diego Alamos, 29 de Julio de 2009)

Luciérnaga Ediciones está muy feliz de esto. De este libro, lo escrito allí, de Manuela porque lo escribió, hizo. Esta partida, cuyo deseo era irrefrenable hasta ser violento, la hemos echado juntos, por así decirlo. Textualmente: irrefrenable hasta ser violento era nuestro deseo. Que no es lo mismo; en poesía el lugar específico de las expresiones ocupa un lugar central. Las tergiversaciones están a la orden del día. Así, para salir de este embrollo inicial, sépase que emplee una cita e invertí su programa. La alteración del producto, la apropiación. La verdad es que no nos estamos entendiendo. En fin, la pregunta engorda, crece el signo, cisne blanco que nos interroga, como dijo Rubén Darío.
Darío confundiéndose con Irarrázabal, Manuela Darío, esto es, la denodada interrogante con que "Inicio de Partida" se desplaza.
Se hace oscuro y, a medida que se oscurecía, íbamos abriendo la boca. La luciérnaga de Luciérnaga Ediciones. Es que estamos, también, agradecidos de la instancia. El cisne de Darío, para ser más precisos, campea este libro. Dice ella: Cómo te saco, escondido como estás en mí./ Cómo te vuelco otra vez al mundo. Por calma suplico. Por mi parte, humilde si les parece, no sabría la formula del revolcamiento en el mundo. Explícita o implicítamente, lo turbio, a la luz de estos poemas, se vuelve limpio y claro.
Y la súplica llena el patio interior.
Si fuera por mí, si estuviera en mí la ración de la calma, los dados de esta partida darían constantemente la suma deseada. El hecho de que hay estadios de silencio y duda, un caudal acelerado corre debajo de mis pies, dice la poeta. Vale decir, ¿quién detiene el viento con un único dedo? La respuesta tiene sitio en el blanco que entorna la palabra. Tal vez es un facilismo, de mi lado, capear los vendavales cerrando los ojos. ¿Pero qué tiene que ver esto con el sentido de Inicio de Partida? Dejando de lado la relación buscada, veamos que la cuestión queda en la cuestión, volviendo a Darío, en el cisne o el signo de pregunta que, en estas páginas, suele tomar acentos exclamativos.
Reconciliémonos: la asfixia, si es momentánea, abre paso a una respiración desaforada. Luciérnaga Ediciones , a quien represento en esta ocasión, es un fósforo, es decir, estamos contentos.
¿Cómo –me pregunto– debo seguir?
Así es como parte esta partida. La apropiación, las palabras y sus combinaciones nos pertenecen, la lectura es una forma de escritura. Solidaridad en el fondo. Es que hay momentos en que todo se revuelve. Cito: Todo despedazado como después del amor,/ ya no queda nada entero,/ no importa donde mire, todo está revuelto. Fin de cita. La solidaridad en el fondo, pero como no habría fondo sin superficie: la solidaridad entonces allí abajo y también aquí arriba.
¿Pero qué pasa con quien se queda afuera? Quedarse en el exterior es un caso recurrente, poéticamente hablando. La cáscara amarga. Pero el fruto es dulce, como la frambuesa equivocada que reemplaza una nuez todavía verde. Morder y lamer o bien cascar y lambiscar. Este libro se desarrolla en la intimidad, tal como las palabras que, al fin, decimos. La intimidad resulta inevitable en este caso, es definitivamente Manuela, ella, quien se pregunta y discurre, quien hilvana pensamientos, quien se interpela, te interpela, nos interpela. Y la dosis de ternura que tiene, en verdad, es una dosis acabada.

La luna ha venido a apoyarse
en mi pecho en busca de consuelo.
En nuestra intimidad busco palabras para ella
¿cómo explicarle tu partida?

Espero que les guste el libro. Es una edición de ni tantos ejemplares, su factura es artesanal. ¿Qué más? Que estén bien y que, de acuerdo al poema El Curso: poco a poco todo vaya retomando su sitio.


El Curso

Poco a poco todo va retomando su sitio.
El barco sobre el mar, y el caballo en la montaña.
Mi corazón pulsa mi sangre,
mi respiración nutre mi pensamiento.
El giro es giro y la vuelta, vuelta.
Reconozco mi nombre y el tuyo.

Anotaciones sobre el libro "Inicio de partida" de Manuela Irarrázabal por Tomás Browne Cruz

Hace mucho que la conozco, de manera que es imposible no hablar desde ella. Pues hemos sostenido conversaciones atentas, delicadas y diligentes sobre nosotros y nadie más que nosotros. Esto es lo que ha otorgado la posibilidad de estar yo aquí, frente a mis propias líneas que – resueltamente- acabarán siendo las de ella. Pero necesita también estar acompañada de otros habitantes de la Versopolis, y con otros que –supongo- son ustedes, para dar en la clave de lo que sería un día de ella.

Jamás partiría estas anotaciones diciendo que me han obligado a hacerlas y que, por lo demás, los aburriré a ustedes hasta verlos yo mismo salir hacia la sala contigua donde hay un expositor mejor que yo. Sin lamentarme de nada, adiós a los pensamientos que tengan sobre estas líneas. Pues llegamos a perder tanto el norte que terminamos colocando más la atención en el discurso que en la poesía misma. (Esta es una de las razones de que escribiera el otro día en mi diario: duele/el discurso/casual/amargo/-siempre-/no abre ninguna fiesta/ningún goce/el discurso/aniquila/sucesivamente/el goce. Y más adelante: excesivamente/los principios/amenazan/excesivamente/la piedad/de no hacer nada/de no/hacer/nada. Y ya por último: sabemos/sin el juego/las reglas/no existen/las reglas/solo caen/en los dedos/de quien hace/ jugar/sus ideas.)

De un modo rápido (esto ya no es rápido), antes de entrar en el día de ella, cito a un amigo, que está aquí y me reconocerá, que ya ha visto el libro y se ha adelantado, de alguna manera, a mis comentarios, porque mientras él le daba vueltas a las páginas del libro, de pronto, aflojó los dedos de éste y dejó que se cerrara por sí solo, para decir: Estos poemas no están escritos por placer, están ahí por necesidad. Yo, realmente, estoy muy de acuerdo con él. Pero, perdónenme: estas anotaciones que yo traje son lo viceversa; están aquí por placer no por necesidad.


Primera anotación (sin su libro, pero con los libros que yo me estoy leyendo)

Al alba. Al descorrer las cortinas ya no es un día cualquiera. Pues, al rato, piensa tomando su taza de té –no cualquier té- en la interpretación de sus sueños. Poco o nada le cuesta recordar uno. Era yo frente a ella por la noche y le decía algo, típicamente mío, algo confusamente intelectual, al parecer que cuando la poesía dice, muchos de nosotros somos partidarios del silencio. Pero me preguntaba ¿qué ocurre cuándo, en rigor, los poemas son para uno silencio? Y percibía que en el conjunto entero del libro que ella aún no daba a luz, había un mero susurro, poemas escritos para ser leídos en voz baja, porque ella me decía en sueños que yo los intentaba decir en voz alta, pero las palabras no se dejaban consumir, sino que lo hacían sólo recogiéndome yo con ellas.
Después de que ella me contara su sueño, me quedé yo mismo dormido y soñé que ella estaba dentro de un cuadro- de una pintura de Velásquez (las Meninas, creo)- haciéndome extrañas señas. Yo le estiraba mi mano izquierda como si un viento me estuviera volando, pero no le alcanzaba la suya derecha.
Por la interpretación de mis sueños, puedo pensar que estos poemas nos entregan un cuadro de una vivencia suya para que nosotros podamos observar su dolor -como Emily Dickinson que de sí misma escribía: como si mi vida fuera recortada,/y calzada en un marco-pero para observar también una fuga –no tanto como tópico, sino en el sentido de Franz, Franz Kafka, que escribía en razón de que era la única manera de independizarse realmente de su padre.


Segunda anotación (del año 1790, aún sin su libro, pero sí junto a sus amigos románticos.)

Dejando de lado a Franz y habiendo transcurrido un par de horas, nos encontramos a las 11. 38. Am, y recuerdo, no un día cualquiera, haberla sorprendido dialogando a solas – cuando el sol le daba por sus dos escorzos- con los poetas griegos porque en una mano tenía los poemas de Hölderlin. Yo no sé nada de griego pero ella se esforzaba en atrapar la palabra que sonaba por dentro sin querer sonar por fuera. Entonces, en ese momento, abrí un cuaderno de notas que se encontraba a su lado, donde habían muchos versos (probablemente varios de los que están aquí) y en la misma inmediatez me dije: ‘todo este sonido es un sincero brote de la intimidad que da paso a mi intimidad’. Entonces entre ella sin poder atrapar la palabra que quería y yo adivinando exactamente lo que le sucedía se mostraba un genuino silencio, por las palabras que yo leía que, en el fondo, era una de las mismas que ella en ese momento se esforzaba por encontrar. Hölderlin era especialista en esto. En una Oda a sus amigos, que se llama ‘Los Malhumorados, la canta: Cuando, entre mis quejas, oigo a lo lejos/sones de lira y canto, calla enseguida mi corazón.
Cuidado, sí, que podría venir Goethe.

Cuarta anotación (esta sí que va con Mozart, Beethoven y Wagner)

Y de tanto esperar a Goethe, que no llegó, ya son las 2.29. hrs, momento que alude a su capacidad de escuchar. Pues, no un día cualquiera, estábamos almorzando en los jardines de la facultad donde estudiábamos. Sin decirnos nada, yo comía de mi plato mientras miraba como ella comía su hamburguesa de lechuga, hasta que harto rato después me comenta: ¿ves que las plantas, las aves, los mudos, etc, también tienen sus propios sonidos? Por supuesto, le dije. Pero ¿te has dado cuenta que olvidamos que tienen sus propios sonidos, como cuando nosotros masticamos la comida? Por supuesto que olvidamos, le dije. Bueno, me dijo ella, yo como tú no me olvido, y todo sonido es mío por dentro (como ese que escuchamos cuando saboreamos un alimento) que no por fuera como si entrase por una oreja y saliese por la otra. Luego miró mi distracción y yo tuve que disculparme con un ‘estaba pensando en voz alta’, en los Propósitos a Propósito de Satie: El arte de Mozart es ligero, el de Beethoven pesado, lo que poca gente entiende; pero los dos son poetas. En eso consiste todo. Wagner es poeta dramático.
Silencio.
Y nosotros dos aquí.


Tercera anotación (con el recogimiento y la flexibilidad del yoga)

Lo terrible es que se nos acabó la música de estos músicos como a las 6 y pico. Quiero decir, no un día cualquiera, yo un poco triste y viejo, miro hacia arriba y me la encuentro en el balcón de un edificio antiguo, mirando con actitud de pájaro no sé que nubes o qué briznas; por eso, yo prefiero seguir de largo, sin hacer caso de nada. Cuando llego a casa, anoto en mi diario de vida: hay en los versos de ese libro que presenté hace años atrás una entrega espiritual a lo desconocido que, de repente, plaf, se derrumba y apenas la naturaleza – un abejorro, una brisa, un helecho – es capaz de sostener nada. Gráficamente es que ella lanza una piedra al espacio, tan lejos, y llega de vuelta a su pobre cabecita, y la piedra se parte como un terrón seco dispersándose por la humedad de la tierra. O una tierra menguante. O un Error. O es Mentira. Entonces cerré mi diario de vida y me quedé pensando: realmente debiera haber dicho que todos esos versos giran, ruedan y yerran como lo sagrado y lo profano y lo profano y lo sagrado que tiene como objeto a alguien cuyo nombre no sé.
Son las 6 hrs.57 min, y este haberla visto en el balcón con actitud de pájaro o de Rapunsel o de Julieta, me ha evocado las partículas conectivas de todos los poemas del único libro de poemas que he presentado – y por lo visto – que presentaré yo en vida, que – al igual que ella- están puestas ahí no como una debilidad (pero tenía miedo, por ejemplo), sino con un queriendo desmesurado como un grito que ocupará todo el espacio o un puño que romperá todo el espacio o las dos cosas al mismo tiempo. Digamos que las intensidades (como ‘el celo de la muerte’) cumplen un gran despliegue. Todas estas intensidades (sentimiento de deuda, de rabia, etc) se disparan con una fuerza singular, no plural, de un solo golpe, no de a varios, de un solo golpe haría silencio. Así es como ha irrumpido la muerte en estos poemas.



Novena anotación (Una mayéutica rara)

Al ocaso, podemos pensar en una muerte participada. Es cuando estamos en la arena, alumbrada por los rayos superiores del sol. A cambio de él pronto estará la oscuridad. De ella, sabemos lo que nos representamos. Pero henos aquí ante un sol que detenemos antes de hundirse, porque no queremos una noche en la que, sabemos, vendrá tormenta y los astros titilaran sólo por auxilio. Estamos en la arena, y detenemos el sol, porque si no nos tendremos que ir nosotros con él. (Pocos o casi nadie se quedan solos a oscuras con tormentas en la arena.) Por eso la detención del sol son los poemas. En ellos sobrevivimos a una noche de oscuridad y tormenta en la arena. En ellos el ser querido que se va es retenido. En ellos la muerte también se hace metáfora. En ellos las palabras es acompañar a la muerte.
La muerte se ha ido.
Por los poemas ahora ella duerme en la arena con el sol dándole de modo suave en los ojos.
Es hora, entonces, de interpretar sus sueños.

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Año 2009, 40 páginas, Edición de 300 ejemplares, $ 4.000 pesos



mayo 18, 2009

5














por Matías Correa

En el Nuevo Curso de Mecanografía (en diez lecciones), la sintaxis está antes que estilo, el mecanismo antes que el oficio, la escritura antes que la literatura, la teoría antes que la narrativa. Por eso, entre otras razones, este libro puede leerse, al mismo tiempo, como manual accidentado y tratado camuflado. Como sea, una y otra lectura provee motivos que pueden servir tanto para agradecer como para desdeñar al autor. Porque cuando se trata de consejos prácticos éstos son siempre bien recibidos por todo quien juega a ser escritor (y todo lector orgulloso de su bibliografía personal alguna vez ha jugado a serlo). Sin embargo, cuando en vez de ofrecer consejos se intenta describir o regular esta práctica, la de la escritura, es imposible no esperar la pataleta de uno que otro lector furioso. De modo que, espero, no sean pocos los que quieran felicitar ni los que se empeñen en insultar a Diego después de haber pasado por las diez lecciones que aquí imparte. Si llega a ocurrir lo uno o lo otro, este libro, creo, habrá logrado su objetivo.
Primero, ¿por qué podría uno tener problemas con el Nuevo Curso de Mecanografía? Fácil: no nos gustan que nos digan cómo son o cómo deben ser las cosas. Y Diego, de una manera o de otra, intencionadamente o no, dicta una cátedra sobre la escritura, perdón, la mecanografía. ¿Quién se cree este tipo?
Nuestra estética (y lo que a veces es casi lo mismo: nuestra ética), desde hace tiempo ya, es una orgullosamente individualista. Tendemos a rechazar los ideales comunes, porque preferimos instaurar uno propio. Las etiquetas nos ofenden; nadie quiere ser clasificado, encasillado o diluido en grupos, categorías o programas compartidos. No queremos ser parte de ningún todo porque los totalitarismos nos aterran y repugnan en igual medida que la amenaza de vernos deglutidos por algo más grande que uno mismo.
Así, nuestra generación (o la que yo creo que puede ser la mía) se ha convertido en un conjunto de individuos con vocación por el vacío: no hay nadie interesado en pertenecer a ella. Todos queremos ser auténticos, inclasificablemente geniales; queremos brillar gracias a nuestro solo fuego, o fracasar románticamente y arder en la autocomplacencia.
De nuestros maestros (o los que pudieron serlo), sólo respetamos a los que murieron o a los que nos desdeñan desde lejos. Basta con ver como el pobre Bolaño se ha convertido en el plato de fondo de las comilonas necrófilas de nuestra generación (esa que no existe). A los otros viejos, en cambio, a los que todavía están vivos (ya sea si todavía escriben o no), los castigamos por no haber cumplido la promesa que susurraban cuando jóvenes: los ignoramos por haber fallado en convertirse en lo que debieron llegar a ser.
En todo caso, no hay que ofrecer excusas. Me gusta creer que cada uno se exige a sí mismo construir su propio discurso. Está muy bien, por lo demás, que no seamos tan amables con estos señores mayores; de hecho, después de haberlos conocido en sus libros es imposible no revisitarlos sin cierta violencia. Porque, ¿qué hacemos al leer sino sostener un mutismo efervescente? De modo que, tras haber pasado más de una temporada como espectador, rondando entre librerías y bibliotecas, se vuelve necesario dejar de lado la lectura por un momento para vengarnos como se debe: escribiendo.
Ya sea como poetas, dramaturgos, narradores, cronistas o académicos: nadie puede quedarse callado. Da igual si lo que interesa es tomarse en serio la escritura o quitarle su impostada gravedad. El punto es que si la lectura es (o ha sido alguna vez) una cuestión urgente, tarde o temprano la escritura también debe serlo.
Y aquí es dónde uno generalmente se equivoca: al creer que cada uno debe escribir en soledad tan sólo porque así es como hemos leído hasta ahora. Es cierto que, de hecho, al escribir (¡al mecanografiar!) prescindimos de los demás. Pero es falso suponer que nos hallamos abandonados: escribimos desde las lecturas, ciudades, barrios y épocas que nos toca vivir; épocas, barrios, ciudades y lecturas que muchos otros recorren y habitan al igual que nosotros. Así, cada vez que escribimos inauguramos un espacio común que simultáneamente puede ser transitado por distintos paseantes, los cuales en la privacidad de sus lecturas se topan unos con otros, a pesar de que no sepan reconocerlo mientras avanzan (mientras avanzamos) por el libro.
¿Y qué tienen que ver las diez lecciones del Nuevo Curso de Mecanografía de Diego con las críticas que elevo contra el individualismo de esta generación (mi generación) de lectores y escritores? Creo que mucho. Porque resulta que todo esto, lo que acabo de leer, se convierte apenas en el moderado murmullo en comparación con las lecciones que Diego nos invita a cursar. A pesar de que en el Nuevo Curso de Mecanografía Diego confiesa que no pretende hacer de nuestros intereses una bandera de lucha, hay que ser muy miope para no darse cuenta que este manual es, a la vez, tanto un autoretrato por accidente como un tratado con vocación de manifiesto.
“Tiendo a pluralizarme espontáneamente”, escribe Diego, “es que muchas veces hemos concordado entre sí, todo esto no deja de ser una creencia antojadiza mía, pero al vernos callar porque nada mucho nos desemeja, eso me ha inducido a agregarte como partícipe de mis opiniones. La pluralización podría ser una mentira inocente, mentira al fin, y solo a causa de la espontaneidad con que surge, dejo que surja. Por lo demás, choco con aquella moral adversa, pues tal es mi amor y yo sin su compañía tiendo a descabezarme...” (3ra Lección).
Sin vergüenza alguna, Diego exhorta al lector, al potencial mecanógrafo, a pensar en y desde el plural, porque así “me doy, con semejante conducta, la libertad de saludar la vida entrante de cada mañana y todo lo que ella reúne, saludarla de modo de fomentar negocios en los cuales no tengamos que vender el pellejo por algo que ni siquiera aprobamos” (3ra Lección). Y, ciertamente, podríamos acusarlo de pedante, porque ¿cómo nosotros vamos a estar recibiendo de él clases sobre estas materias que tan bien conocemos? Si leer es tan fácil, si para escribir se necesita tan poco. ¿Quién mierda se cree éste? Puede resultar entretenido detestar a este tipo, tan placentero como basurear al orador, al aburrido tipo que le toca hacerse cargo de la cátedra. A ese tarado que no sabe más que yo.
Aunque tal vez nos podría gustar, incluso aunque él mismo nos invitara a hacerlo, no es fácil maltratar a quien dicta este curso. Porque “Todo es tan difícil y decir algo es condenarse”: cito de nuevo a Diego (1ra Lección). Es eso lo que ocurre cuando intentamos, antes de escribir, “consensuar los diversos tránsitos mentales (...) que apuntan a una disposición particular de la cabeza, asiento de la pirotecnia mental”. Es que, aunque este tratado tenga vocación solapada de manifiesto, cuesta mucho no simpatizar con el retrato que se pinta del autor a lo largo de estas diez lecciones: un sujeto que desespera en los mecanismos y artefactos que construye (que construimos) para poder recibir el momento en que “¡Epa!, decimos, [y] no hallamos la hora en que se espanten los caballos e irrumpan en la sala” (5ta Lección). Ocurre entonces que, mientras esperamos que lleguen esos “instantes de hermosa comparecencia” (instantes que, el autor confía, volverán), durante esa espera insoportable la escritura (perdón, la mecanografía) vuelve sobre sí misma. Lo que pasa en ese momento es que el estilo desconfía de nosotros y una sintaxis atómata dicta el ritmo y movimiento de nuestros dedos. El oficio desaparece y una máquina toma su lugar. Ahí es cuando nos perdemos en la mecanografía, que avanza sola, mientras uno se desencuentra en digresiones que asombran y enceguecen, razón por la cual nos empantanamos y demoramos la partida hacia donde queremos llegar.
Con esta bitácora de tropiezos y falsas partidas, el autor nos ofrece una colección de advertencias y recomendaciones que desarticulan, no los contradictorios artificios en los cuales irremisiblemente incurren nuestras aventuras mecanográficas, sino los simulacros que ocultan las pulsiones que nos impelen a tomar asiento frente a un teclado y dar rienda suelta a nuestro impulso por digitar una cuota de sentido a través de la escritura.
“Es duro y es humano; es triste y es jocoso. No damos con el tono, conscientes del defraudamiento en quien esperaba otra cosa. Tengo inveteradas aprensiones, no atisbo en el horizonte sin poner el grito en el cielo. Y ponerlo tan arriba suena a cuento. Entonces, humildemente, advertimos que N.C.M [nuestro Nuevo Curso de Mecanografía] se hubo de extraviar entre sus iniciales. N.C.M.: siglas vacías. (...) nos cuesta aceptar que no asistimos fielmente a estas lecciones, pero en intención no nos quedamos, habríamos asistido...” (10ª Lección).

Año 2009, 24 páginas, edición de 500 ejemplares, $3000

diciembre 04, 2008

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Año 2008, sin foliar, Edición de 150 ejemplares, $ 5.000

octubre 04, 2008

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Presentación del libro Asomos, de Diego Álamos
(Christian Anwandter
Santiago, 2 de septiembre del 2008)

En el epígrafe del libro Asomos, de Diego Álamos, encontramos una cita del Evangelio de San Mateo. Tras curar a un leproso, Jesús se ve rodeado de discípulos dispuestos a seguirle. Entre éstos, aparece un escriba que le confía su disposición a seguirlo adonde sea. La respuesta de Jesús es desconcertante: “Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8, 19-20). Por extraño que parezca, Jesús disuade al escriba sobre la esperanza de encontrar un refugio.

Es curioso que esta cita sirva de epígrafe a un libro de poemas. La aproximación entre la figura del escriba y el poeta es inusual en un país acostumbrado a las ambiciones universales de la poesía. Recordemos tan sólo el “pequeño dios” de Huidobro y los cantos continentales de Neruda. Más modesta, la figura del escriba remite a una labor eminentemente religiosa, de estricto apego a una tradición textual que se intenta reproducir.

Al situar la poesía como heredera de un escriba desconcertado por la escurridiza divinidad a la que quiere seguir, Diego Álamos plantea una escritura despojada de su supuesto sentido original. La poesía seguiría practicando el trabajo de los antiguos copistas, pero ya no existiría un vínculo de subordinación a lo divino que legitime este mismo acto. De la misma manera, ya no se trataría de “copiar” un texto canónico para su preservación, sino de sacar a luz – hacer que se asome al lector – una realidad inabarcable.

Por eso, no sorprende que el primer poema del libro se llame “Modus Operandi”, un instructivo que define el para qué de la escritura:

De esta manera, se aclaran las cosas
envueltas en la obtusa musaraña
del mediodía. De esta otra, se tuercen
las que –fiadas a su atado de nervios-
indicaban ser en exceso torcidas.

Del siguiente modo, divinidades absueltas,
Se comprenden los mensajes traídos
En el viento. Pero de este otro,
Se pasan por alto los límites naturales,
En especial, los oscuros e informes.

En este poema, es el poeta-escriba quien se manifiesta. Distante de nuestros actuales “Manuales de Uso”, el modus operandi que introduce al resto de los poemas del libro tiene un corte bastante metafísico. Lo curioso en este caso es que la escritura ES el ejemplo de un ejercicio cuya aparente obviedad hace innecesario explicitarlo. (Me explico: pensemos en las instrucciones para armar un mueble: cada gesto es descrito paso a paso, y el resultado es “ilustrado” mediante un dibujo que representa el aspecto final de las piezas ya ensambladas). Aquí, cada frase sólo expone el resultado de la acción ejecutada. El conjunto, en tanto, ya está ensamblado a pesar de que no distingamos las distintas partes ni cómo se llegó a ese resultado.
La escritura poética – pues de eso se trata en Asomos – surge como un método para aclarar lo que está confuso e identificar lo irremediablemente oscuro. Si bien al escribir es posible comprender mejor los pliegues de la realidad, se corre el riesgo, según el autor, de sobrepasar los límites humanos. Por eso, la poesía es una actividad en la que es tan fácil perderse como encontrarse. El único elemento que permanece constante es el espacio sin remedio del lenguaje.

Borges, en “El Aleph”, ironiza sobre la ambición totalizadora de algunos poetas. El hecho de querer “hacer aparecer” la realidad en un poema, no implica necesariamente describirla de manera exhaustiva. El ficticio Carlos Argentino Daneri, de hecho, “se proponía versificar toda la redondez del planeta”, aburriendo a sus lectores a los pocos kilómetros del recorrido.

Los 33 asomos que componen este libro – sugerente número –, se caracterizan, en cambio, por su brevedad. La brevedad parece responder a dos preocupaciones no menores. Por una parte, está la “parriana” desconfianza en el lenguaje escrito. A lo largo del libro, abundan las muestras de cierto temor a “falsear” lo que se quiere decir. Mientras más palabras se utilizan, mayor el riesgo de falsearlo todo.

Por otra parte, la brevedad es el resultado de una condensación lingüística que le da una mayor densidad a la expresión, haciendo de cada imagen una verdadera granada de significados. El minimalismo naturalista de muchos poemas se acompaña, también, de la desaparición del observador. La transparencia que el poeta intenta transmitir al lector lo lleva a bajarse del escenario. Solo mediante este gesto de retraimiento – retraimiento parcial, claro, pues quien dispone las piezas en el tablero es el autor – el poema logra entregar trazos vívidos de la realidad. Un buen ejemplo de esto se encuentra en el poema llamado “Marejada”.

El resultado de las operaciones del poeta-escriba no son, a sus ojos, plenamente satisfactorias. Algo falta. Algo falla. Siendo la escritura el testimonio del abandono del hombre sobre la tierra, obtiene el amargo consuelo de constatar la imposibilidad de dar cuenta de la realidad y de las limitaciones de nuestra voluntad. Si bien todo pareciera sugerirle que hay algo trascendente que le imprime a todas las cosas una vitalidad misteriosa, el escepticismo le previene de la ingenuidad de concluir que la escritura es una herramienta de salvación individual.
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El ofuscamiento que produce esta constatación le abre las puertas a la ironía. Sucede algo así como si un escriba le jugara una mala pasada a su protector, alterando a conciencia lo que copia, riéndose de la imposibilidad de su tarea. El para qué de la escritura pierde claridad, y surge una risa helada, capaz de mostrarnos una realidad banal y terrible a la vez. El último poema, “Postre” es prueba de esta extraña combinación de elementos:

El hijo de Berta
partía
a comprar una sandía,
mientras todos almorzaban
a la sombra
de la casa.
El hijo de Berta
volvía
de comprar una sandía,
mientras todos almorzaban
a la sombra
de la casa.

Solo el espacio vacío que surge entre las palabras permite vislumbrar el misterio presente en la banalidad.

En definitiva, Asomos es obra de un poeta-escriba que, con modestia y pillería, oscila entre una representación casi pictórica del entorno y la frustrada búsqueda lírica de respuestas a interrogantes tanto lógicas como espirituales. Si bien cada uno de los poemas del libro son “transcripciones” imposibles de lo real, emergen verdaderos intersticios a través de los cuales puede vislumbrarse lo que se asoma por sobre todo desconcierto y toda risa. ¿De qué se trata? Los invito a leer Asomos, de Diego Álamos.
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Año 2008, 85 páginas, Edición de 300 ejemplares, $5.000

abril 04, 2008

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La mayoría de estos relatos tienen un punto en común: sus protagonistas son gente sencilla de edad avanzada, ancianos en su mayoría, recordando hechos de la más diversa índole que vivieron, presenciaron e incluso –posiblemente- imaginaron. Algunos no pudieron concretar sus metas (o éstas todavía están ahí), han sido testigos de momentos históricos o han vivido una existencia donde palabras como necesidad y esfuerzo se repiten demasiado y no hay tiempo para soñar. Pero probablemente lo que los une es que el episodio (o los episodios) que los marcó (o marcaron) se ha convertido en una anécdota que ya a nadie interesa recordar, que nadie respeta. El rescate es ese: salvar esos hechos del anonimato, sacarlos de la oscuridad, darles luz y la legítima inmortalidad que merecen.

Año 2008, 154 páginas, Edición de 200 ejemplares, $4.000

noviembre 11, 2007

1



Cuando no quedan lágrimas

A los familiares de las víctimas

,,

El llanto sin lágrimas

es como un vómito seco,

indicio que se llega

más allá del dolor.

...

Espacio vacío, desolado,

estepa desierta, yerma,

donde las almas afligidas se marchitan

por falta de sustento.

..

Las lágrimas son ríos interiores

lavan nuestras heridas

arrastran nuestras angustias

nos limpian de nuestras penas y congojas.

...

Lagrimales secos

que conducen a un lugar más allá de lo inimaginable,

más allá del llanto,

a la más absoluta orfandad.


Prólogo del autor

"No existe mayor estupidez que la de intentar acallar la diferencia con la represión, la tortura, el exterminio.

Por desgracia, esta es una lección no aprendida y los hechos del mundo nos dan cuenta de ello a diario, en los más diversos puntos del planeta.

Asesinar, torturar y hacer desaparecer a otros seres humanos por disentir en idiologías políticas, religiosas, o por razones raciales o de cualquier índole, es un crimen inexcusable e imperdonable.

Debe ser una obligación moral de todo ciudadano, de todo ser humano, protestar, denunciar y oponerse a todo acto de este tipo que atente contra la libertad de conciencia.

Esta publicación es mi protesta y mi denuncia."

Año 2007, 40 páginas, edición de 100 ejemplares, agotado.